miércoles, 24 de julio de 2013

Creencias falsas: Origen y problemas

En diversos medios abunda la información falsa: gente que asegura que el cáncer se cura con agua de limón, que las vacunas causan autismo, que los egipcios fueron los primeros en llegar a América o cualquier otra teoría loca.

Sin embargo, a pesar de que en la actualidad es posible acceder con facilidad a diversas fuentes de información certificada y probada, ¿por qué la gente sigue creyendo en estas ideas y por qué es tan difícil deshacerse de ellas?

De acuerdo con un estudio publicado en Psychological Science in the Public Interest, en diciembre del 2012, la información falsa puede surgir en varios medios, los cuales deben gozar de cierta credibilidad. Así, podemos adquirir una idea falsa a través de los rumores y comentarios de la gente que nos rodea, que son personas en las que solemos confiar; o también, por medio de la ficción en películas, libros o revistas, así como por la distribución de información parcial o descontextualizada en medios de comunicación.

Este tipo de información, además, debe cumplir con dos características importantes: primero, debe ser coherente consigo misma, es decir, todos los datos proporcionados deben cuadrar lógicamente, y segundo, debe coincidir con las creencias y actitudes que el individuo tiene sobre al mundo.

Considérese el siguiente ejemplo:

Los egipcios habrían sido los primeros en descubrir América, ya que se sabe que fueron ellos los creadores de las primeras embarcaciones al rededor del 3,500 AC; las primeras ciudades americanas, por su parte, datan del 2,500 AC. Esto explicaría, además, la existencia de pirámides en ambas culturas.

En este caso, se observa que los datos cuadran cronológicamente, lo que hace que la historia sea coherente así como fácil de seguir; además, las premisas expuestas son congruentes con la idea general que se tiene de los egipcios como un pueblo con capacidades superiores. Todo esto facilita que la información sea aceptada por los individuos y que la consideren verdadera.

No obstante, cualquier investigación superficial hallaría que las embarcaciones egipcias estaban diseñadas sólo para navegar en el Nilo, a tal grado que este pueblo no viajó por el Mar Mediterráneo sino hasta mucho después, y si no tenían medios para atravesar el mar que tenían enfrente menos para surcar el océano Atlántico y llegar a América.

La lógica dentro de la información falsa, así como su correspondencia con la ideología de mucha gente provoca que este tipo de creencias se arraiguen en la mente de las personas y sean difíciles de erradicar.

De acuerdo con Colleen Seifert, profesora de psicología de la Universidad de Michigan, y participante del estudio, corregir las ideas falsas requiere de un gran esfuerzo cognitivo, por lo que muchas veces este tipo de creencias permanecen en la memoria de la gente y continúan influyendo en sus decisiones y modo de pensar.

Para empezar, el sujeto debe contrastar su creencia falsa con conocimiento proveniente de fuentes en las que confíe y que tenga por verdaderas; este nuevo conocimiento, sin embargo, al entrar en contradicción con ideas previamente aceptadas, puede ser rechazado: una vez que las creencias falsas son recibidas, forman parte de nuestro conocimiento general, con el que evaluamos al mundo, por lo que cualquier dato que entre en contradicción será tenido por sospechoso.

Además de esto, se encuentra también el factor de la resistencia: de acuerdo con la profesora Seifert y sus colaboradores, al intentar corregir una creencia falsa, se impone al sujeto un dato del exterior que, además, entra en contradicción con sus creencias y formas de pensar (en las que las ideas falsas se han arraigado), esto provocaría que el individuo desconfiara de la información correcta y se aferrara más a sus creencias.

Por su parte, el hecho de que otras personas (muchas veces cercanas al individuo) compartan la misma creencia falsa complica las cosas: el individuo verá que se trata de una idea compartida y las relaciones que mantenga con sus allegados servirán de estímulo y refuerzo para mantenerla, además, se sentirá parte de una comunidad (en general con un sentimiento de minoría vulnerable), por lo que la creencia falsa puede empezar a funcionar también como un elemento de identidad.

Ahora bien, a pesar de lo que pueda pensarse, la información falsa no es inofensiva: este tipo de creencias tiene implicaciones alarmantes en algún grado, porque la gente puede llegar a tomar decisiones basándose en datos equivocados, explica Stephan Lewandowsky, profesor de la Universidad de Western Australia, otro de los colaboradores de la investigación.

Según el profesor, las consecuencias pueden ser más o menos graves e impactar a nivel individual o social.

En el caso del ejemplo de los egipcios, las consecuencias son mínimas: no pasará de que el individuo haga un comentario que sea considerado absurdo si es oído por especialistas historiadores. No obstante, pueden darse casos más graves, por ejemplo, cuando la gente tiene la creencia de que los remedios naturales no tienen efectos secundarios, lo que puede causar que los tomen indiscriminadamente.

Cuando una creencia falsa, además, se esparce lo suficiente puede tener consecuencias a nivel social, por ejemplo, la gente que cree que las vacunas causan autismo y por lo tanto decide no vacunar a sus hijos no sólo están exponiéndolos a más enfermedades, sino que ponen en riesgo la salud de otros niños todavía muy pequeños para estar vacunados.

A pesar de la abundancia de información que existe actualmente, y de la facilidad con la que se puede acceder a ella, las ideas falsas se mantienen arraigadas en la sociedad, primero, porque, como cualquier otra creencia, coinciden con la visión que tiene el individuo del mundo, y segundo, porque, una vez aceptadas, influyen en la forma de pensar del individuo, provocando que rechace los datos e información contradictorios con sus creencias previas, aun si existen pruebas de su veracidad.

Así, es importante dudar siempre en alguna medida de la información que recibimos, contrastarla con otros datos y comprobar la confiabilidad de las fuentes. Esto ayudaría a evitar que adquiriéramos creencias falsas que pueden resultar más o menos peligrosas para nosotros.

No obstante, debe tratarse de un escepticismo imparcial: habría que dudar de la mayoría de las cosas y no sólo de aquéllas que van en contra de nuestras creencias, pues esta actitud suele ser propia de aquéllos que defienden dogmas e ideas falsas.

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