jueves, 11 de julio de 2013

Himno a la Belleza. Charles Baudelaire

Anteriormente se presentaron dos poemas de Charles Baudelaire: Embriágate y Elevación; sobre ellos se comentaba la necesidad que tenía el poeta de liberar su espíritu de las preocupaciones y pesares mundanos para poder acceder a la contemplación de la realidad trascendente, es decir, de la Belleza, la Bondad y la Naturaleza en sí mismas, y olvidarse de sus manifestaciones terrenales. A través de esta liberación, además, el poeta podía comprender las relaciones ocultas que existen entre los distintos elementos, físicos y espirituales, del Universo.

Franz von Stuck. El Pecado. 1893.
Por ahora, sin embargo, nos centraremos en la naturaleza de la Belleza como se revela en el poema Himno a la Belleza, de Las Flores del Mal (1868).

En el poema, Baudelaire pregunta a la Belleza cuál es su naturaleza, pues percibe en ella tanto elementos angélicos como demoníacos. Con respecto al primer aspecto, se habla de la Belleza como una entidad divina proveniente del Cielo, liberadora y de algún modo redentora; sin embargo, es la segunda naturaleza, la demoníaca, la que parece interesar más al poeta: con respecto a ésta, la Belleza es descrita como proveniente del Infierno, y se la relaciona con el Crimen, la Muerte y el Horror.

Desde una perspectiva común, solemos asociar lo bello sólo con lo celestial y lo bueno, entonces ¿porqué Baudelaire nos revela una Belleza en la que se mezclan también el pecado y lo horrible?

En Elevación se había visto que el poeta podía trascender lo mundano para contemplar las cosas divinas, aquéllas que se hallan más allá del éter, y que son eternas, atemporales y absolutas.

La Belleza, por supuesto, se encuentra entre ellas, y al poseer estos rasgos, se puede decir que existe desde siempre y para siempre en una dimensión fuera del tiempo; además, al ser absoluta, abarca todo lo que hay en el Universo. Sobre este último aspecto, no se trata tanto de que todos y cada uno de los elementos existentes sean bellos en sí mismos, sino que la conjunción de todo ellos conforma una armonía universal.

Ésta es la razón por la que la Belleza puede relacionarse también con el mal e incluso con lo Horrible: para ser un elemento divino, la Belleza de ser capaz de abarcar el Todo, de relacionarse con Todo.

Si concebimos la Belleza sólo como vinculada con lo “bonito”, con lo bueno y con lo celestial es debido a nuestra naturaleza limitada (en tiempo, espacio y cognición): dado su carácter absoluto, es imposible para nosotros, humanos, concebir la Belleza en su totalidad, por lo que la limitamos y reducimos a uno solo de sus aspectos para poder aprehenderla.

En el Himno a la Belleza, el poeta nos revela la verdadera naturaleza de la Belleza: su carácter universal que abarca tanto lo que consideramos bueno como aquello que concebimos malo, y si nos sorprende o escandaliza esta idea es sólo porque somos incapaces de entender la verdadera naturaleza de las cosas divinas.

Himno a la Belleza


¿Del hondo Cielo vienes o del Abismo sales,
Belleza? Tu mirar, infernal y divino,
el beneficio con el crimen reparte confundido,
y es por ello que todos te comparan con el vino.

Llevas en los ojos el ocaso y la aurora,
y esparces tantos perfumes cual tarde tormentosa;
tus besos son un filtro y tu boca es una anfora
que siembran coraje en el niño, y en el héroe, congoja.

¿Desciendes de los astros o del averno sales?
El Destino, como un perro, tus faldas sigue encantado,
y siembras al azar alegrías y desastres,
y aunque sobre todo gobiernas, de nada eres responsable.

Caminas sobre los muertos, Belleza, y de ellos te burlas;
el Horror no es la menos cara de tus alhajas,
y el Crimen, contado entre tus joyas más caras,
amorosamente sobre tu vientre orgulloso baila.

Los insectos deslumbrados hacia ti se dirigen, candela,
crepitan y arden, y exclaman: "¡Bendita la flama!".
El amante, jadeante, inclinado sobre su amada,
moribundo parece que acaricia la tumba anhelada.

¿Que vengas del Cielo o del Infierno, qué importa,
Belleza, monstruo enorme, ingenuo, pavoroso,
si tu mirar, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
de un infinito que amo aunque desconozco?

De Satán o de Dios, ¿qué importa? Ángel o sirena,
¿qué importa, si me haces —¡hada de mirar suave,
ritmo, perfume, lumbrera, oh mi única reina!―
el mundo menos odioso y los instantes más suaves?

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